Apaciguamiento

Autor: Vicent Sales Mateu, Vicepresidente de la Diputación de Castellón

Chamberlain fue primer ministro británico entre 1937 y 1940 y fue el máximo exponente de la llamada política de «apaciguamiento» en el contexto de la Europa anterior a la II Guerra Mundial.

Fue a lo largo de toda la década de los años 30, cuando los gobiernos democráticos europeos mostraron esta posición de apaciguamiento frente a las políticas agresivas y expansionistas de los gobiernos alemán e italiano.

Tras tolerar la invasión de Abisinia (Etiopía) por parte de Mussolini, le tocó el turno a la ocupación de Renania por parte de Hitler en 1936, cosa que ponía en solfa los acuerdos del Tratado de Versalles posterior a la I Guerra Mundial.

Dos años después en 1938, tampoco se tomaron medidas cuando se produjo la «Anschluss» (anexión de Austria a Alemania) ante la pusilanimidad de Francia e Inglaterra.

Vista la pasividad y la parálisis de las democracias occidentales, en especial del inglés Chamberlain y del francés Daladier, Hitler decidió invadir la región checa de Los Sudetes y fue entonces cuando el ministro inglés y el francés decidieron ir hasta Múnich para firmar un pacto con Hitler, que en palabras de Chamberlain suponía «la paz de nuestra época» y una «paz con honor».

Semanas después Hitler invadía prácticamente toda Checoslovaquia saltándose los acuerdos de Múnich y el 1 de septiembre se apoderaba de Polonia, en lo que fue el inicio de la II Guerra Mundial.

En España el presidente Sánchez ha decidido implementar una discutible política de «apaciguamiento». Cree --y no dudo que bienintencionadamente-- que resolver el problema catalán es cuestión de poner en marcha un relato de entendimiento, diálogo y negociación.

Pero el apaciguamiento es una discutible estrategia que retrasa el objetivo final que han de tener sin fisuras los constitucionalistas: vencer al independentismo electoralmente.

Toda la política de gestos, de cordialidad y de relatos endulzados, sólo sirve para dar carta de legitimidad al secesionismo. Si alivias la tensión, si rebajas el conflicto, si banalizas la discordia, sólo consigues justificar a aquellos que piensan que en el oasis catalán no pasa nada, que el problema lo tiene el Estado español, que es un rescoldo del franquismo.

Los separatistas están encastillados en una historia cíclica de victimismo que nos recuerda las amenazas del pasado. Una crisis escenografiada que manipula las emociones solo es una ficción política que niega la realidad y deja a la intemperie espectáculo y sentimiento.

Cataluña necesita políticas realistas que expliquen que el camino emprendido por el independentismo es imposible y sobre todo, inútil. Es en eso en lo que Sánchez debe concentrar sus esfuerzos, y no en una política de gestos y de apaciguamiento que solo consigue tener inoculado el virus que destrozará su gobierno, aunque todavía no lo sabe.

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